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Viaje a New York, el gran desafío (Tercera parte)

SUCESO GARDELIANO N°41 - 13/08/2021

Podríamos afirmar que en sus últimos films: El día que me quieras y Tango bar, Gardel puso evidencia quién era y quién ansiaba ser. Filmadas casi simultáneamente, entre enero y febrero de 1935, contaron con el mismo director, al igual que el equipo técnico y los mismos actores principales. Gardel exhibió, enmascarados en la ficción, elementos importantes de su vida y de su personalidad. Gracias a que estas historias fueron narradas por uno de sus protagonistas, Terig Tucci, hoy, podemos conocer la cocina de las mismas.

Viaje a Francia, el descanso merecido

Tras los extenuantes primeros nuevos meses del año, terminadas las producciones de los dos primeros films, Gardel decide tomarse un tiempo y visitar a su madre que se encontraba en Toulouse; esto le permitió al equipo trabajar con más libertad, sin la presión constante de Gardel. Su ausencia iba a ser de corta duración, quizás algo más de un mes. 

La verdad es que Le Pera, al sentirse libre de la constante exigencias de Carlos, se dispuso a trabajar con más sosiego. Los argumentos de la tercera y cuarta películas, aunque incompletos todavía, se perfilaban como los mejores libretos que se habían escrito hasta entonces para Gardel, sobre todo «El día que me quieras», cuyo intenso argumento le proporcionaba magníficas situaciones líricas y dramáticas, «Sus ojos se Cerraron» y la canción homónima de la película. La eterna búsqueda de libretos buenos y argumentos utilizables, tenía a Alfredo bastante preocupado. Los directores de la Paramount, encantados del soberbio éxito de «Cuesta abajo» y «El tango en Broadway», estaban dispuestos a rodar películas con Gardel por siempre, lo que era perfectamente entendible, pues había resultado ser un magnífico negocio artístico y económico.

Una de las historias más atrayentes fue la búsqueda de buenos libretistas, o mejor dicho buenos guionistas. A tal fin, fueron convocados varios literatos argentinos para que escribieran buenos guiones y los enviaran a Nueva York. Al cabo de algún tiempo se recibieron unos pocos, pero, con excepción de uno o dos, ninguno reunía las condiciones de un libreto hecho ex profeso para Gardel, una condición indispensable para su aceptación.

Gardel desesperaba con esta búsqueda infructuosa y acababa por decir: —“Es inútil, viejo, mis libretos tienen que ser hechos de medida para mí”. Le Pera lo amonestaba diciéndole que debía evolucionar y tratar de interpretar otros personajes, situaciones distintas… pero Gardel seguía meneando la cabeza y repetía… —“Tienen que ser hechos de medida…, un tanto exasperado, Le Pera tuvo otra de sus salidas, —“¿Para qué andas buscando un escritor si lo que necesitas es un sastre, que te confeccione un traje a medida?” Hasta aquí, el creativo y laborioso Le Pera, había cumplido su cometido; había escrito los argumentos y las letras de las cuatro películas y el boceto corto de «Cazadores de estrellas»; pero la impaciencia de la Paramount por contar con más y mejores argumentos, si fuera posible, ejercían presión sobre Le Pera, al punto de resultarle intolerables la situación.

Todos estaban de acuerdo: los libretos para Gardel debían ser de ambiente argentino, con preferencia de índole gauchesca. Para ensanchar su radio de acción se podía —la Paramount opinaba que se debía— intentar algunos argumentos que involucraran a otros países de la América Latina, España e Italia, siempre en conjunción con la Argentina. Esto le daría a nuestro artista la oportunidad de incluir en sus películas otro género de canciones.

Llega por fin el día del regreso a tierras norteamericanas, con un júbilo similar al que se siente al retornar al hogar. Llegaba descansado con el ímpetu de un león —como había escrito en su carta— y el alegre optimismo de un cachorro.

Esa misma tarde, instalado en su flamante departamento del Middletowne, leyó Gardel por primera vez el libreto de «El día que me quieras» y, con excepción de un par de correcciones de poca importancia, lo encontró magnífico. Llamó por teléfono al nuevo director, John Reinhardt, quien se encontraba ya en Nueva York esperando su llegada, pronto para iniciar el rodaje de la primera de las dos películas que debía dirigir. En pocos minutos, Reinhardt, un hombre de unos treinta años, simpático, cordial, de expresivas facciones, precedido de un sólido prestigio, que hablaba con fluidez el español, un tema importante, estuvo en el hotel y causó de inmediato una grata impresión a Gardel. Había dirigido una serie de películas en Hollywood, muchas de ellas con artistas hispanos, entre los que se contaba la estrella Rosita Moreno, que debía interpretar el papel dual de esposa e hija de Gardel en «El día que me quieras». 

Reinhardt conocía el libreto, mucho antes de que Gardel lo viera, pues Le Pera se había visto a menudo con él, y ambos tuvieron amplia oportunidad de comentar su contenido, tema que Gardel ignoraba. Con la entusiasta aprobación de Gardel se podía, de inmediato, comenzar con los ensayos. Se procedió entonces a citar a los miembros del reparto para el día siguiente en los estudios de Astoria. Los comienzos de esta segunda parte de la actuación de Gardel en los Estados Unidos no pudieron ser más auspiciosos. Todo parecía salir a pedir de boca. Un nuevo director, que auguraba una feliz cooperación, un excelente libreto, con magníficas oportunidades para que Gardel se luciera, como cantante y como actor; y un reparto sobresaliente, superior a los anteriores. Todo esto hacía que Gardel, entusiasmado exclamara —Macanudo, viejo; macanudo. Esto requiere una celebración. Y, ¿dónde podíamos celebrar mejor que en el Santa Lucía? Gardel soñaba con uno de sus platos favoritos «Spaghetti alioil» con hongos a la don Gabrielle, el plato fantástico, gloria de la cocina italiana. 

A la mañana del día siguiente todo el mundo se encontraba en el salón de lectura del estudio de Astoria. La reunión fue breve. Se distribuyeron los libretos a los artistas, se hizo una lectura previa y después de algunas instrucciones de Reinhardt, se dispuso levantar la sesión.

Escenas del film “El día que me quieras”: Izq.: Tito Lusiardo, Carlos Gardel y Manuel Peluffo. Der.: Tito Lusiardo, Manuel Peluffo, Carlos Gardel y Rosita Moreno.

El guion argumental sería protagonizado por Carlos Gardel, Rosita Moreno, Tito Lusiardo, Manuel Peluffo, Francisco Flores del Campo, José Luis Tortosa, Fernando Adelantado, Susanne Dulier y Celia Villa. El Argumento se divide en dos partes: En la primera, Julio Argüelles, hijo de un poderoso financista, lleva una vida secreta como cantante popular y está enamorado de Margarita, una bailarina que trabajaba en el mismo teatro en que él y sus dos amigos —Rocamora y Saturnino— estaban por debutar. Contra la voluntad del padre, Julio se casa con Margarita y tiene una hija, la pareja vive ajustadamente, él no consigue trabajo y ella enferma. Sin otra opción, y resentido por la negativa de su padre a hablar con él, en persona o por teléfono, Julio decide robar la caja fuerte de la casa de su padre. Lo hace aunque demasiado tarde: cuando regresa a casa se entera de que Margarita había muerto.

La segunda parte sucede una década y media después, cuando Julio triunfa cantando en Europa y los Estados Unidos, actuando en cine con el nombre de Julio Quiroga. Se encuentra filmando en Nueva York cuando recibe un telegrama que le anuncia la muerte de su padre y le pide que regrese a hacerse cargo de la herencia. Su hija Marga ya es una mujer, está enamorada de Daniel y su padre se opone al noviazgo considerando la diferencia de clase social existente entre ambos y el hecho de que Julio fuera una persona de la farándula. 

Este conflicto se resuelve inesperadamente cuando Julio le revela al señor Dávila, padre de Daniel, que su apellido es Argüelles y no Quiroga, y que él, quien se creía tan superior, es apenas un empleado suyo. El amor de los jóvenes queda asegurado de esa manera.

Carlos Gardel, Manuel Peluffo y Tito Lusiardo en el set del film “El día que me quieras”.

Gardel estaba preocupado con la composición de los números musicales que debían integrarse a la película. Para su tango dramático, que cantaría en la escena de la muerte de Margarita, su esposa, Gardel buscaba un grito emocionado de angustia que exteriorizara su inmenso dolor. Le Pera le había dado ya una idea del género de canción que debía comentar esa escena, y había sugerido sus dos primeras líneas: «Sus ojos se cerraron, y el mundo sigue andando». En posesión de esas líneas, Gardel no tuvo ninguna dificultad en crear la melodía con la que se inicia el tango, que, si bien es más o menos de giros familiares, expresa admirablemente el infausto momento.

Dos días después se hizo el primer ensayo del guion y a los pocos días se comenzó el rodaje de la película. El número principal «Sus ojos se cerraron» ya estaba terminado a satisfacción de todos. Faltaba ahora el plan de interpretación que el cantante debía imprimirle al tango, tarea ardua para Gardel. Después del día de trabajo en el estudio, volvía a su departamento para ensayar la canción y allí efectuaba el más minucioso análisis de la letra, así como de la música.

Jamás interpretaba Gardel una canción si no estaba absolutamente convencido de que no lo podía hacer mejor, no importa cuántos ensayos, y cuanto tiempo tuviese que dedicarle. La escena de «El día que me quieras» tiene, como sabemos, una letra de dramática intensidad: su esposa acababa de fallecer, en las primeras líneas del tango se encuentran dos sentimientos opuestos: el dolor de la pérdida de su compañera y el rencor por la indiferencia del mundo. Tucci recordaba detalladamente ese momento: “¿Cómo debía comenzar la canción? —se preguntaba Gardel — ¿con expresión dolorosa? ¿con un grito amargo? Gardel se dispone a hacer una primera prueba. Con un acorde del piano comienza su canto: «Sus ojos se cerraron». Se detiene; calla por algunos segundos, dice desalentado: —Está mal; no puede ser. Hay mucha saña. Debe comenzar con un sentimiento de congoja, no de rabia… Se sienta, la mirada perdida en el espacio quiere descifrar su enigma, de repente, como encendido por una súbita inspiración, se levanta entusiasmado para recomenzar su canción: «Sus ojos se cenaron y el mundo sigue andando…»Deja de cantar otra vez…  —“No, no es lo, que quiero; no es lo que se requiere”, ensaya solo, sin piano… Sus ojos se cerraron… repite y repite esa frase diez, quince veces; ataca fuerte, suave; como un rugido, como un lamento…, nada parece satisfacerle, descansan, cambia de tema en charla sorda;   después de diez minutos sugiere Gardel otra prueba; Tucci da el primer acorde en el piano; canta las dos primeras líneas, y con un brusco ademán se interrumpe diciendo: —Dejemos de ensayar, probaremos mañana; quizá tengamos más suerte. Día tras día el mismo tormento se repite; pasó la semana, y el domingo de mañana decide hacer un nuevo ensayo, creyendo haber encontrado por fin un plan de interpretación. ¡Todos esos días había estado trabajando en esto sin conseguir el resultado anhelado! Seguramente como consecuencia de haber descansado un día, y de levantarse bien reposado en la mañana, no tuvo dificultad en hallar, por fin, la interpretación correcta al dramatismo del momento. La desazón que había estado consumiéndole durante todos esos días produjo por fin su ansiado fruto y en la primera prueba de esa mañana, casi sin esfuerzo, logró imprimir el sello de su arte a la canción que le había sido tan esquiva. Después de hacer las debidas anotaciones y marcas, se dispusieron a ejecutar la pieza. Decía Tucci, “estos momentos hay que haberlos vivido para comprenderlos”. Gardel tenía la virtud de ennoblecer la frase musical que momentos antes parecía trivial, y al vivir el artista el drama del personaje cantando, desde su privilegiada garganta brotaba un torrente de sonidos, ya en rugidos de intensidad dramática, ya en momentos de suplicante ternura. Su esplendorosa voz cubría todos los matices emocionales de la canción; Gardel vivía esos momentos como una especie de verdad revelada, de un pequeño gran triunfo. 

Carlos Gardel en la escena de la muerte de su esposa Margarita y en la escena del tango “Sus ojos se cerraron”, ambos del film “El día que me quieras”.

Cuando llegó el día en que se debía grabar el tango, estaba preparada una pequeña orquesta en el estudio. La orquestación había sido preparada «a la medida» de los deseos de Gardel, siguiendo en sus mínimas gradaciones su plan de interpretación. Hacen un primer ensayo. Se hacen algunas observaciones, algunas correcciones. Sigue en seguida un segundo, tercer y cuarto ensayo, y cuando llegan a la refinada perfección, se da la orden de filmar la escena simultáneamente con la grabación de la canción.

Los preparativos de la grabación de «Sus ojos se cerraron» y la toma fotográfica de la escena, se sucedían a paso febril. Por una razón no muy difícil de comprender, las sesiones de grabación musical de Gardel se veían siempre atestadas de gente, y esos días se daban cita, en el estudio, desde el presidente de la compañía hasta el más modesto obrero. La orquesta había sido ubicada fuera del radio de visión de la cámara. La alcoba en que Gardel cantaría su tango, estaba ya preparada e iluminada. El cuerpo exánime de Margarita, su esposa, yacía en su lecho de muerte. Se da la orden de toma. Comienza a rodar la cámara. Se producen algunos momentos de completo silencio. Gardel, en el papel de un hombre abatido por el peso de su desgracia, da algunos pasos hacia la ventana, descorre la cortina y por algunos instantes mira sin ver nada. Se oyen levemente los ruidos del mundo exterior. Vuelve sobre sus pasos, murmura algo a su hijita… y surge entonces espontáneo su acongojado lamento… «Sus ojos se cerraron…» Y mientras deshoja la historia de su vida, el ambiente se inunda con las curvas tristes de la melodía, acentuada con acordes torturados, subrayada con ritmos insistentes, en esos minutos sólo se oyen los acentos del tango; la gente ni siquiera respira; la magia de Gardel la ha embrujado; ha quedado aprisionada en la madeja de su relato; durante dos minutos gime, clama, suplica, como si se hubiese amalgamado en un Réquiem Criollo.

Los primeros instantes que siguieron a esta grabación de «Sus ojos se cerraron», fueron de completo, casi religioso silencio; todos temerosos de romper el exorcismo del momento, de pronto, como si fuera obedeciendo a una señal, estalló una ovación indescriptible en aplausos, todos querían felicitar a Gardel por su formidable interpretación, y éste, exhausto, pero feliz, sonreía agradecido, mientras trataba de recobrarse. Este fue el momento de su más grande triunfo, que superó a todas sus otras interpretaciones pasadas y futuras. Aunque le quedaban todavía gloriosas jornadas en la interpretación de las canciones de las películas en que estaba ocupado. Grupos de admiradores, llenaban el estudio comentando la excelsa labor del artista,  aun las personas que no entendían español, hacían emocionados comentarios; cuando Tucci fue a felicitarlo, en la misma escena de su triunfo, lo encontró emocionado, todavía poseído por la catarsis en que su interpretación lo sumiera, recibiendo los elogios de Rosita Moreno, Reinhardt, Le Pera y los directivos de la Paramount. Al verlo, Gardel se levanta de su silla y noblemente, como queriendo compartir su triunfo con él, abrazándolo le dice con voz entrecortada a Tucci: —¡Macanudo, Tucci, Macanudo! El gesto típico de aprobación que siempre acompañaba estas palabras, quedó omitido.

Grabación de un musical de Gardel en el film “El día en que me quieras” con el estudio atestado de gente, desde el presidente de la compañía hasta el más modesto obrero. 

Llegó el día de filmar la escena de las bodas de—Julio Argüelles y Margarita, (Carlos Gardel y Rosita Moreno) respectivamente, en el reparto de «El día que me quieras»; la puesta en escena había sido preparada para ese fin, el estudio exhalaba un aire de alegría que daba al ambiente la sensación de que las bodas no eran un simulacro de la película sino nupcias de verdad. Carlos Gardel y Rosita Moreno se casaban… Asimilados a la ficción de la farándula, este hecho parecía real, y se sentían todos, invitados a la fiesta. Carlos y Rosita se casaban… y esto era una ocasión para festejos. Todo el mundo se aprestaba a celebrar el fausto acontecimiento; la orquesta para esa ocasión era mucho más numerosa que de costumbre, debían acompañar a Gardel en la canción homónima de la película, grabar la música de apertura y final, así como también parte de la música de fondo, en un estudio aparte.

Filmación de la escena de la boda de Julio Argüelles y Margarita (Carlos Gardel y Rosita Moreno).

Temprano por la mañana, se grabó la música de fondo y una versión instrumental de «El día que me quieras». Gardel se encontraba trabajando en el set lindero, y cuando disponía de unos minutos, venía corriendo al estudio donde estaba grabando la orquesta. El se deleitaba oyendo los ritmos de su canción, pensando que sólo unos pocos días antes bregaban impacientes con esta misma música y que ahora les parecía perfecta. Hipnotizado con su canción, se olvidaba por completo de que estaba filmando en otro estudio hasta que alguien venía a decirle que Reinhardt requería su presencia en el «set». Y salía entonces Gardel precipitadamente, contento como un niño de escuela al oír la campana de terminada la clase; al llegar la hora del almuerzo, Gardel, Reinhardt, Le Pera y Tucci ocupaban una  misma mesa, frente al estudio, la conversación giraba en torno a las grabaciones. La placentera sonrisa de Gardel hablaba de su satisfacción, la cual naturalmente llenaba a Tucci de satisfacción. —Tengo entendido —le dice Le Pera sonriendo a Tucci, con una mirada oblicua— que la música de «El día que me quieras» está saliendo muy bien, que promete ser un cañonazo… ¡Ya lo creo que sí!  —confirmó Tucci sin ruborizarse por su inmodestia. 

Al volver al estudio, la orquesta estaba acomodada en el «set» en que tendría lugar la boda; hicieron un primer ensayo. Una vez más Gardel, superándose a sí mismo con su bella interpretación, se anotó otro triunfo, a los que ya los tenía acostumbrados. «El día que me quieras» es una canción de carácter lírico, romántico; después de la grabación de su tango dramático «Sus ojos se cerraron», se requería un cambio radical para la interpretación de esta canción, en ella, Gardel puso a prueba su versatilidad actoral con un resultado impecable, perfecto, exclamó Reinhardt. Se tomaron dos grabaciones más, de reserva, pero ninguna pudo superar a la primera. 

Al reanudarse las actividades, a la mañana siguiente, se tomó la escena en que Gardel levanta en brazos a su flamante esposa para entrar a la casa, y aquí ocurrió un divertido incidente, mientras llevaba a Rosita en brazos, Gardel tropezó en el umbral de la puerta y ambos artistas cayeron al suelo; naturalmente, la primera impresión de los presentes fue de consternación, todos corrieron para ayudarlos, pero al verlos que desde el suelo ambos se reían a carcajadas, comprendieron que no había pasado nada, y sumaron sus carcajadas al traspié. Gardel trato de explicar, ruborizado, mientras se sacudía la ropa— Debo de haber tropezado… y para amortiguar la caída y proteger a Rosita, caí con ella todavía en mis brazos, felizmente no pasó nada. 

Esa noche en su casa, hablando del cómico incidente, Le Pera lo acicateaba bromeando y le decía: —No me explico cómo pudiste caer. Esa chica no pesa nada, es una pluma. —No, no fue el peso lo que me hizo caer —aducía Gardel como lo comprobé cuando tuve que repetir la escena, “es que tropecé, sencillamente. —Sí, tropezaste —repetía Le Pera con ironía, un tanto picaresca; se levantó Gardel y retó a todos los que seguían la broma sonrientes, —Apuesto diez a uno —prorrumpió exasperado— a que puedo levantar y llevar a cuatro de ustedes, ¿Quién quiere jugar un dólar contra diez? Todos los presentes corrieron fuera de la habitación por miedo a que cumpla su amenaza y  vuelva a tropezar. 

Para esta película, Gardel hizo participar a Astor Piazzolla, con solo 14 años, en una pequeña escena en donde interpreta a un canillita. En una comida organizada para festejar la terminación del film, Astor acompañó a Gardel con su bandoneón en el tango “Arrabal amargo”. Años más tarde en 1978, Astor recordaría, en una carta escrita a Gardel: “Jamás olvidaré la noche que ofreciste un asado al terminar la filmación de “El día que me quieras”. Fue un honor de los argentinos y uruguayos que vivían en Nueva York. Recuerdo que Alberto Castellanos debía tocar el piano y yo el bandoneón, por supuesto para acompañarte a vos cantando. Tuve la loca suerte de que el piano era tan malo que tuve que tocar yo solo y vos cantaste los temas del filme. ¡Qué noche, Charlie! Allí fue mi bautismo con el tango. Primer tango de mi vida y ¡acompañando a Gardel! Jamás lo olvidaré…”.

Creo que haberles descripto de esta manera las escenas pone en evidencia el sentimiento, la pasión y el profesionalismo con que se vivían las filmaciones y describen, como pocas veces se ha mostrado, quien era Gardel, como ser humano y profesionalmente hablando.

 

Walter Santoro

Basado en el libro de Terig Tucci “Gardel en New York».